Una noche oscura en la que sobre la luna se reflejaba la sonrisa del octavo pecado capital cometido por el mar, el que nunca había querido ser marinero, cogió el pequeño barco que generación tras generación había pertenecido a su familia y salió a navegar.
Durante los pocos minutos que duró su corta travesía, al fin lo comprendió: encontró los para él hasta ahora desconocidos atlas de las estrellas en las olas que dibujaba el mar y, tras un profundo y largo suspiro, arrojó en él las cenizas de su padre.
Confiando ciegamente, por primera y única vez en su vida, en que por la vida de cada marinero que el mar se cobra, una nueva estrella comienza a brillar en cada constelación…
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