Se respalda contra la silla y mira hacia la ventana. El cielo, plagado de nubes, le trae a la memoria aquellas camelias blancas de su juventud. Respira profundamente y el olor a incienso que desprende la vieja biblioteca invade por completo sus pulmones. Baja la vista hacia la mesa y sus ojos se posan sobre la última hoja en blanco que le queda. Coge la pluma y plasmando las mínimas curvaturas de un alfabeto efímero compone un adagio. Aquella hoja en blanco es ahora un campo de batalla cuyo escenario es un piano invertido en el que las teclas negras –sus grafías- luchan por vencer en número a las blancas –el propio papel-. Vencen las negras.
Tras la contienda entre negras y blancas, el viejo poeta da por terminado el último poema de su, también último, poemario. Y, entonces, su mente se nubla y vuelven a aparecer las sombras. En esta ocasión le ha dado tiempo a rubricar lo que ha escrito.
Nadie podrá robarle, esta vez, sus palabras… Salvo, quizás, él mismo. Si el último brote de su locura trae consigo una nueva batalla en la que los bárbaros –esas sombras que nublan su razón- devasten todo cuanto encuentren a su paso…
Imagen de ~Benbe.
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