Bajo la primera capa de barro que quitaron, apareció una imagen sorprendente. Ninguno de los allí presentes se esperaba que fuesen a aparecer, ya que tras varios días de búsqueda habían perdido toda esperanza de encontrarles con vida. El jefe de bomberos, después de retirar el barro con una pala y mover, con sumo esfuerzo, los tablones que taponaban el orificio de entrada, fue el primero en verles. Allí se encontraban, una semana después, aquella joven madre que amamantaba a su retoño, impidiendo así que sus fuerzas se apagasen y sus ojos se cerrasen en un definitivo sueño eterno. Sólo el coraje de una madre había conseguido vencer a la riada que asoló aquella noche nuestra ciudad.
No hay nada como el coraje de una madre.
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