Para empezar esta nueva semana, encaminando ya nuestros pasos hacia la días festivos navideños, os acerco una reseña que ha tenido a bien enviarme mi amiga, la editora y escritora Marian Womack (de la editorial Nevsky Prospects), a la que agradezco que haya pensado en este blog para ello, sobre la antología de relatos Érase una vez una Mujer que quería Matar al Bebé de su Vecina, de la autora rusa Liudmila Petrushévskaia, editado hace un par de años por la Atalanta Ediciones, de la mano de Jacobo Siruela e Inka Martí.
Antes de entrar con la reseña, propiamente dicha, me vais a permitir que os cuente una pequeña anécdota en referencia a estos relatos. Si no lo sabéis, ahora ya sí, formo parte desde hace tres años de Nocte, la asociación de escritores de terror español. ¿Cómo? ¿De escritores? !Pero si yo no escribo! Bueno, es algo largo de contar, pero se podría resumir en que debido a mi implicación en este género, mis amores hacia él y mi amistad y colaboración con muchos de sus componentes, tuvieron a bien crear la figura del "socio simpatizante", y ahí entro yo. La cosa es que anualmente se conceden unos premios literarios y en el año 2010 y 2011 tuve la ocasión de salir a recoger los galardones de Mejor Novela Extranjera, para El Circo de la Familia Pilo (del australiano Will Elliot, al que le llegó su premio y nos envió una carta de agradecimiento) y por uno de los relatos de esta antología, Venganza, que tuve a bien nominar en una priemra ronda de votaciones entre los socios, y que luego, conforme lo fueron leyendo, salió como ganador de Mejor Relato Extranjero. La foto corresponde al momento en el que salgo a recoger el premio (el del micrófono es el presi Juan Ángel Laguna y el de la camiseta es el azafato Roberto Malo, dos grandes amigos de un servidor), durante la cena de gala de la Hispacon celebrada en Urnieta.
Y ahora, sin más dilación, os dejo con las palabras de Marian Womack sobre los relatos.
"Liudmila
Petrushévskaia, Érase una vez una mujer
que quería matar al bebé de su vecina, Atalanta, 2011. Traducción de
Fernando Otero.
La
débil frontera que media entre la pesadilla y el sueño es el espacio que ocupan
estos relatos de Liudmila Petrushévskaia. Sus personajes transitan territorios
de irrealidad, áreas limítrofes entre la muerte y la vida, el Reino de Tres Veces Diez de Afanásiev,
suerte del Otherworld irlandés en la
mitología rusa. Vivos y muertos se desplazan por esta tierra de nadie entre lo
mortal y lo inmortal, entre la locura y la cordura, a la que uno de los relatos
se refiere como “esa zona de sombra de la vida de la que tanta gente no regresa
jamás”. El espacio adopta visos de realidad impostada: edificios de
apartamentos, casas en mitad del bosque, hospitales, transmutados en
territorios que demarcan la “irrealidad” de la realidad rusa, convirtiendo los
relatos en la cartografía precisa de un país configurado por estas zonas
imposibles y peligrosas, imprevisibles, en las que la diferencia entre la muerte
y la vida resulta igual de aleatoria. Recreación esmerada de los cuentos
tradicionales, en ocasiones terroríficos o crueles, los ayudantes mágicos que
Propp identificara aparecen encarnados en los familiares fallecidos, las madres
desaparecidas, las hermanas perdidas. Plagas bíblicas, un Jesucristo que
regresa adoptando la forma de un mendigo moscovita, encuentros providenciales
con espectros que nos guían, protagonistas que no saben a que lado de la
frontera pertenecen, si están muertos o vivos. Es imposible no leer estas
caracterizaciones como una alegoría de las vidas a medias de las que
Petrushévskaia ha poblado la Rusia del resto de sus obras, como es imposible no
interpretar el elemento fantástico como resultado directo de los parámetros,
excesivos hasta rozar lo surrealista, que rigen la existencia rusa. Ya en su
novela Tiempo de noche, publicada en
castellano, la autora radiografió la sordidez y el egoísmo enquistadas en el
alma de la familia, inevitables ante el cúmulo inaudito de privaciones y
horrores que la ha erosionado durante un siglo veinte ruso imposible. En lugar
de optar por el realismo, la novela lo une todo con la argamasa de una delicada
poesía del absurdo, una suerte de “monólogo interior” compuesto por la
protagonista en cuadernos de ejercicios viejos, trozos sobrantes de papel, en
cualquier lugar que encuentra, precisamente porque no tiene a quien contarle
nada. La narración, febril y de intensidad extraordinaria, va enroscándose
hasta alcanzar una especie de nirvana en el que el lenguaje poético y la
incredulidad en la realidad del día a día, vodevil del absurdo y del
sufrimiento, dan cabida a un espacio limítrofe con la fantasía, capaz de
explicar la dolorosa lógica de la vida rusa mejor que el propio realismo. No
resulta difícil de entender por lo tanto que durante la mayor parte de su vida
la autora haya sido objeto de censura en su país.
Pieza
clave para entender la escritura femenina rusa actual, una de las escritoras
más leídas de Rusia, poeta, dramaturga y prosista de excepción, Petrushévskaia
merece despertar el interés global, y la selección que nos ocupa ha sido
concebida como una acertada carta de presentación a occidente –algunos de los
relatos aquí recogidos dieron el primer salto directamente desde Rusia a The New Yorker. Compuesta por relatos de
diversos libros y de distintas épocas, la colección resulta una aproximación
excelente al universo de una autora que se sirve de la fantasía para denunciar
una realidad que ha superado todas nuestras expectativas de horror. Nadie que
lea estos cuentos quedará indiferente ante la poesía de la sordidez, del
desamparo y de la soledad. La exquisita edición española constituye una alegría
a sus lectores por partida doble. No sólo podemos disfrutar al fin de estos
cuentos en versión castellana, sino que la inteligente y cuidadosa traducción
de Fernando Otero no pierde ni un ápice de la deliciosa ambigüedad del lenguaje
de Petrushévskaia, a la par seco y expresionista, tan calculado y justo como
poético, algo que la edición inglesa, salpimentada con diversos errores de
comprensión, no logra. Un libro inquietante y evocador, que estremece como los
mejores cuentos de hadas de la infancia, un bocado de exquisiteces que por fin
podemos degustar en una edición que le hace justicia."
Gracias por el aporte. No conocía el título y pinta realmente interesante
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