Tradición
La fiesta estaba a
punto de comenzar. La mujer, ataviada con sus mejores galas, tomó con su mano
derecha una copa de vino. La acercó a sus labios con delicadeza y bebió. El
trago fue lento de manera intencionada: le permitió saborear los distintos
matices y prepararse para lo que vendría a continuación. Los asistentes, con
los ojos fijos en ella, aguardaban expectantes el siguiente paso. Derramó el
resto del contenido sobre el bloque de piedra. La libación había tenido lugar.
El llanto desconsolado del niño rompió el silencio reverencial de la
celebración.
El altar estaba
listo para el sacrificio.
El hallazgo
Después de muchos
años de búsqueda, por fin lo tenía ante sí. Lo miró con una mezcla de codicia y
orgullo. Había sobornado, estafado, engañado e incluso matado para conseguirlo.
Utilizó el recipiente para celebrar su descubrimiento, llenándolo con vino. Al
degustar la bebida de intenso color rojo, su pensamiento voló hacia su mujer.
En aquel instante, a miles de kilómetros, ella empezó a sufrir convulsiones y a
sangrar por la nariz, los oídos y los ojos. El dolor fue tan atroz que rezó por
su muerte.
Tras interminables minutos de agonía, el Grial le concedió
su deseo.
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